Estaba dormida, sembrando cataratas en una hoja blanca de papel, cuando de pronto pensé en abrir los ojos y ver de qué color era la noche. Estaba todo negro. Negrísimo, como el ébano más puro. Yo, la verdad, nunca vi un pedazo de ébano en mi vida, pero lo cierto es que tampoco podía ver nada cuando abaniqué mis párpados dentro de tanta oscuridad. Mi habitación tiene cortinas de madera para protegerme del frío y de los ojos curiosos que se quieren meter a dormir en mi cama, pero, así como las cortinas me cuidan de unas cosas también me privan de otras, como la luz durante el día o la luna cuando es de noche. Como aquella vez cuando todo estaba negro. Negrísimo, como el ébano más puro. Yo me quería poner triste porque no podía usar mis ojos, pero entonces escuché una voz –con acento un poco raro- que me dijo “Aprovecha que está oscuro y sueña despierta”. Yo estaba medio dormida, pero creo que era la voz de Dios. Y entonces empecé a soñar. Soñé que iba montada en una bicicleta amarilla y azul que encontré apoyada en un poste de luz a la mitad de una calle empedrada. Yo tomé la bici porque en el asiento tenía un cartelito que decía “ES PARA TI”. Me guardé el cartelito en el bolsillo y puse mis pies, vestidos con zapatillas converse, sobre los pedales y manejé con los ojos cerrados y sin usar las manos. Tenía los brazos extendidos y pedaleaba con mediana fuerza porque la calle empedrada era de bajada y no era necesario esforzarse mucho para lograr velocidad. En la vida real, yo no sé manejar bici pero no me daba miedo hacerlo porque estaba soñando y en los sueños bonitos todo es posible y el miedo no existe. Al final de la calle por donde iba había un grupo grande de personas de muchos colores hablando en lenguas. Algunas las conocía y otras simplemente parecía que quienes las hablaban se habían atorado comiendo manzanas acarameladas o rollos de canela. Eso me daba risa y entonces me detuve un momento para respirar aire con sabor a tutti fruti. Se me acercó un hombre. ¡Era un mimo! Tenía un saco de rayas rojas y negras y en los pies un par de zapatillas converse y hacía malabarismo para las personas que lo estaban mirando. Para hacer los malabares usaba tres tomates ¡Está tan caro el tomate! pensé yo mientras lo miraba también, pero luego recordé que estaba soñando y que en los sueños bonitos todo es gratis y “caro” no existe. El mimo, que tenía el rostro blanquísimo, yo diría que casi ario, me hizo señas para que lo lleve en mi bici amarilla y azul y yo dudé un poco pues nunca había llevado a nadie en una bicicleta, pero el mimo se sentó conmigo y me animó a pedalear y yo empecé otra vez, con los ojos cerrados y los brazos abiertos, mientras las personas de colores miraban como nos íbamos alejando de ellos. Yo estaba muy feliz dentro de mi sueño despierto y pedaleaba como si lo hubiera hecho toda la vida. De pronto, el mimo me pidió con señas que me detenga. Yo pensé que se había aburrido de montar bicicleta conmigo pero ¡no! me señaló el lugar donde antes estaban las personas de colores y ahora ya no había nadie. Sólo quedaba en el piso un sombrero igual al que usaba Charles Chaplin y un maletín. Volvimos para recogerlos y cuando llegamos encontramos que el sombrero estaba lleno de monedas y billetes que las personas de colores le habían dejado por hacer malabarismos con tomates. Mientras que el mimo se colocaba el sombrero en la cabeza sin dejar caer una sola monedita, yo alcancé a ver que el maletín del piso estaba lleno de frutas riquísimas: papayas, piñas, mangos, duraznos, todas las frutas del mundo y más. Y entonces el mimo me miró muy fijo y pude ver bien su cara ¡No estaba pintada de blanco! ¡El mimo en realidad era ario! Y entonces él, por primera vez en todo el sueño, me habló. Me dijo que se iba de viaje a un lugar muy lindo, donde todos eran arios y comían frutas frescas. Y, al notar mi rostro pigmentado de vainilla se apenó pensando que yo no podría ir con él porque mi color no era blanquísimo como el que él llevaba en la cara. Entonces yo, que me moría por ir al viaje y no había comido papaya en meses, me bajé de la bicicleta azul y amarilla y desvestí mis pies de las zapatillas converse y se los enseñé al mimo. Son suficientemente arios me dijo con un acento algo raro. Y nos fuimos, yo montando bicicleta despacito y él cargando el maletín con frutas, y doblamos la esquina de la calle empedrada y nos fuimos de viaje. ¡Pero no se a dónde! Y es que soñar despierto también tiene sus riesgos: Uno puede terminar quedándose dormido sin conocer el final. Y eso te cuento. Eso me pasó cuando estaba dormida y pensé en abrir los ojos para ver de qué color era la noche. Y estaba todo negro; negrísimo, como el ébano más puro.
Follar es, entre otros, componer en hojas algo. Aquí se folla. Muchísimo (en verdad no tanto como quisiéramos).
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2 comentarios:
Ni siquiera sé lo que es ébano, ya tengo una tarea.
Lo de la bici me recuerda un cuento que me leyeron de niño.
“Converse”, no pues, esa parte no me gustó, además a las “converse” no les veo tan espectaculares eh.
Como que un rostro ario y in rostro blanco no son lo mismo...
Pero bueno, todo era un sueño no?
Ébano es una variedad de madera, muy oscura.
Las "converse" no son espectaculares, son "converse". :)
Fue un sueño despierto. :D
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