Allá donde los lamentos no llegan, Valeria se sumerge y danza con su propio reflejo. El mar entibiado de la costa caliente le sirve de espejo a esta niña que todas las noches le pide a los corales que le permitan volverse delfín. Valeria tiene el cabello del color de las estrellas de mar y su piel se confunde con arcilla recién horneada. Sus ojos son color esmeralda como el mar que la cobija durante horas mientras ella busca a sus papás. La mamá de Valeria se perdió una noche de luna nueva cuando salió a caminar sin conocer el camino y terminó en el mar para no volver jamás. El papá de Valeria, un mes más tarde, quiso buscarla y tampoco encontró el camino de retorno sino hasta una semana después, cuando el agua lo devolvió con los ojos cerrados para siempre. A Valeria le gusta pensar que sus papás siguen metidos en el mar, que son delfines que se sumergen y danzan con ella y con su reflejo. Nadie entiende porque Valeria es tan feliz cuando está en el mar. Ella lo sabe y no se lo cuenta a nadie. Cada tarde antes de que caiga el sol, Valeria se pone los aretes de espejitos de colores que le regaló mamá y también la peineta de caracoles que le hizo papá. Con ellos, se sumerge en el mar y su reflejo deja de ser suyo y toma la forma de sus padres. Valeria es un delfín cada tarde antes de que caiga el sol. Un delfín de caracoles y espejitos de colores. Allá donde los lamentos no llegan, Valeria vive y nadie sabe qué come o dónde duerme, pero todos saben que es feliz, aunque nadie entiende porqué.
Follar es, entre otros, componer en hojas algo. Aquí se folla. Muchísimo (en verdad no tanto como quisiéramos).
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