Caminó distante, sin rozar a la gente a su alrededor. Respiró sociable, haciendo que los que le rodeaban por las circunstancias del camino sintieran el aire transportándose por sus pulmones. Revisó el mapa con sorna. Le parecía gracioso leer mapas porque tenía claro que no le ayudaban en nada, pero los revisaba igual pues solía actuar de acuerdo al sistema. Sintió olor a café. Le provocó algo dulce. Algo dulce y añejo. Abandonó la distancia de su caminar para casi acariciarse con los extraños que, como él, se habían introducido por decisión propia y sin ningún reparo en un tumultuoso cafetín que ofertaba “Café con Leche y Medialunas a 3.50 pesos”. Se sintió hacinado y dejó de respirar sociable. Salió de ahí. Quiso repetir la sorna de hace instantes y buscó el mapa. No estaba. Algún extraño, fingiendo acariciarle sin intención en el cafetín ofertero le había desprovisto del único documento con el que contaba para no sentirse tan perdido. Volvió a caminar distante, pero su respiración no recuperó sociabilidad. La sustracción de su mapa lo retrajo a un estado de protesta social. Se tapó la boca con una bufanda, pues no pensaba compartir con el mundo ni las esporas que expulsaba en cada agitación espontánea causada por el beso apasionado de sus pasos con el asfalto craquelado de la vieja avenida por la que caminaba, aturdido. Cual afectado por enfisema deambulando por los andes, caminó distante y respiró distante. Sintió olor a libros viejos. Le provocó algo dulce. Algo dulce y añejo. Entró a una confitería antigua y, sin sacarse la bufanda de la boca, pidió merengues del día anterior. Tomó la bolsita de papel y salió de ahí, distante. Siguió caminando por la avenida, alejado, respirando porque tenía que hacerlo, aturdido por la multitud caminando en sentido contrario, los merengues en la mano, la bufanda en la boca. Llegó a una plaza. Un niño le pidió una moneda. Abrió la bolsa de merengues y, quedándose con uno solo, se la entregó al pequeño de faz ensombrecida por la mugre de la calle. Se sentó en una banca presuroso como si fuera la única disponible en la plaza, como si hubiera caminado un tramo larguísimo y sólo tuviera un instante efímero para descansar. Miró su mano. Vio sin lejanía el copo de huevo y azúcar que se había deformado por el calor de sus dedos. Quería comérselo, pero se rehusaba a quitarse la bufanda de la boca. Recordó el olor a café. Recordó el olor a libros viejos. Recordó la provocación del dulce. Quiso sentir algo dulce y añejo en su lengua. Decidió confiar. Decidió darle un descanso a la distancia. Se retiró la bufanda de la boca y, entreabierta la misma, apareció de la nada y a la vez como si todo estuviese planeado, una paloma pulposa y oscura, que le arrebató el merengue de la mano y lo ingurgitó sin saborearlo. La paloma se fue rauda y la boca, hace instantes medio cerrada, se terminó de abrir para expulsar distante: “Yo también quisiera volar”.
Follar es, entre otros, componer en hojas algo. Aquí se folla. Muchísimo (en verdad no tanto como quisiéramos).
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2 comentarios:
Este me gustó bastante. Sería bueno que participaras en el taller de literatura en linea que existe aquí en México llamado Metatextos.
Saludos.
Gracias Damián! Ahora me meto a la página para ver de qué se trata!.
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