Las magnolias de Mariana jamás pudieron descubrir la promesa celeste de aromas flotando -desde el lamento lejano- de mejores esperanzas grises para la vida afilada. De los hijos ancianos del pedregal gastado por pisadas, bajo riachuelos lunares que ¡Debían dolerle!, según dicen las maestras acuchilladas tardíamente por Ramiro, el enamorado carnicero que, contra su ser, lloró tiernamente lágrimas doradas que para mal, dejaron caer el gotero mientras gritaba -enceguecida- la arenga bullera de colores amargos y sabores agridulces que sostienen, sin remordimientos imperfectos, cráneos rebeldes que contraían músculos -románticos y reemplazables simultáneamente- entre lámparas enlodadas.
¡Alégrate Sombrero! No temas entrar a cárceles angelicales con perros ovejeros, pelados con agua caliente del hervidor antiguo y, oxidado de cariño, ¡amelcochado! Antes de nacer… ¡Para! Sí.
Anoche, traté de huir contigo mi despistado musgo esmeralda, recordando miradas rotas de catorce muchachas agujereadas, muy adentro. Con cariño besaba su boca de caramelo, estirado con calores ardientes y jadeos ¡Delirantes!
No haces mal. ¿Cuándo lloras la pérdida? ¿Tras olvidar la sonrisa suya tan lúcida? Aunque, poseída por el candor mismo -lastimero y alunado- que desgarra las converse sin bordados estelares que, deberían, calzar más apretadas sin lastimar aquellos piecitos sagrados, de ídolo futbolero retirado. ¿Qué? ¿Atrajo pestañas dolorosas? Mas, queriendo ocultarlas… ¡Qué tragedia futura! musitó Ramírez. Relinchó cientos de poemas rítmicos meridianos -sin sazón colombiana- la inyectó superficial, aunque eterna, cobijó el pecho hervido sin fuego azul, contaminado.
¡Olvídame Sombrero! Laméntate por lo elevado y viaja profusamente ante saturno. Él sabrá colmar –venturoso- todas mis melancólicas carcajadas con sublime espacio. Visual, vivo, encerrado con paredes translúcidas ahumadas -a pulso- por joyeros olímpicos, maravillosos artesanos, ¡Empíricos! Escalaré presuroso, pensándote incansable, bajo lunas -cual perlas errantes- sin dueño seguro.
Si tu alma me respira por el pecho de Morfeo, no susurres lo imperfecto antes que los ojos amarillos se eleven hacia mi corazón, que late sin prisa marina, mientras sus brazos enmendados agitan y revuelven al compás infernal de ellas, las mejores sirenas secas que, desenfadadas, gritaban nuestra promesa de pasión.
Y, arrugarás tu naricita mientras acaricias, suavemente, muslos marcianos cautivados sin energías negativas. Saltaste antes que yo, rompiendo cabecitas alocadas con martillos alados y felpudos. Azucarados recuerdos derraman sueños felices, ¡Explota catatónico! ¡Alucinaciones fugaces llueven!, ¡Gardenias luminosas! ¡Impares peces respiran! La hierba emergente del edén acuático -como océano coloso o catarata tibia- e invencible arco dorado sin flechas mentirosas. Ni lo verdadero puede terminar así. Tan bueno que parezca soñado a pedido de un rey honesto. Delirante, qué pensarías cuando aún dijera: Te quiero, sombrerito mío.
¡Alégrate Sombrero! No temas entrar a cárceles angelicales con perros ovejeros, pelados con agua caliente del hervidor antiguo y, oxidado de cariño, ¡amelcochado! Antes de nacer… ¡Para! Sí.
Anoche, traté de huir contigo mi despistado musgo esmeralda, recordando miradas rotas de catorce muchachas agujereadas, muy adentro. Con cariño besaba su boca de caramelo, estirado con calores ardientes y jadeos ¡Delirantes!
No haces mal. ¿Cuándo lloras la pérdida? ¿Tras olvidar la sonrisa suya tan lúcida? Aunque, poseída por el candor mismo -lastimero y alunado- que desgarra las converse sin bordados estelares que, deberían, calzar más apretadas sin lastimar aquellos piecitos sagrados, de ídolo futbolero retirado. ¿Qué? ¿Atrajo pestañas dolorosas? Mas, queriendo ocultarlas… ¡Qué tragedia futura! musitó Ramírez. Relinchó cientos de poemas rítmicos meridianos -sin sazón colombiana- la inyectó superficial, aunque eterna, cobijó el pecho hervido sin fuego azul, contaminado.
¡Olvídame Sombrero! Laméntate por lo elevado y viaja profusamente ante saturno. Él sabrá colmar –venturoso- todas mis melancólicas carcajadas con sublime espacio. Visual, vivo, encerrado con paredes translúcidas ahumadas -a pulso- por joyeros olímpicos, maravillosos artesanos, ¡Empíricos! Escalaré presuroso, pensándote incansable, bajo lunas -cual perlas errantes- sin dueño seguro.
Si tu alma me respira por el pecho de Morfeo, no susurres lo imperfecto antes que los ojos amarillos se eleven hacia mi corazón, que late sin prisa marina, mientras sus brazos enmendados agitan y revuelven al compás infernal de ellas, las mejores sirenas secas que, desenfadadas, gritaban nuestra promesa de pasión.
Y, arrugarás tu naricita mientras acaricias, suavemente, muslos marcianos cautivados sin energías negativas. Saltaste antes que yo, rompiendo cabecitas alocadas con martillos alados y felpudos. Azucarados recuerdos derraman sueños felices, ¡Explota catatónico! ¡Alucinaciones fugaces llueven!, ¡Gardenias luminosas! ¡Impares peces respiran! La hierba emergente del edén acuático -como océano coloso o catarata tibia- e invencible arco dorado sin flechas mentirosas. Ni lo verdadero puede terminar así. Tan bueno que parezca soñado a pedido de un rey honesto. Delirante, qué pensarías cuando aún dijera: Te quiero, sombrerito mío.
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Gracias a F3!
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